
Aunque el viaje se me ha hecho corto, hacía tiempo que no era tan feliz (al menos momentáneamente, el volver a pontemerda y darme cuenta de todo lo que tengo que hacer mi alegría infinita se desvanece) Y es que podrá parecer una tontería, y a riesgo de ser pesada (porque sé que me repito) diré que nadie que no haya estado en Sardiña entenderá lo que significa. Como dijo la señorita erotia "ochoportrescientossesentaycinco que se dice pronto".
Son muchas experiencias vividas, muchas anécdotas, muchas frases memorables (tales como ¡chúchame la banana! o similares)...
El cambio generacional ha hecho que ahora la "generación friki" seamos los veteranos y, aunque ahora veo todo con otros ojos, en este viaje he sentido (y creo que al igual que yo, todos mis compañeros) que realmente me invadía de nuevo el espíritu sardiñil.
Ataviados con nuestras camisetas y nuestras sudaderas azul marino dimos todo lo mejor de nosotros mismos encima del escenario y, salvo un pequeño percance con unos individuos asilvestrdos en Barcelona (que, si no saben comportarse, en vez de ir al teatro, deberían de estar en jaulas o en su defecto, libres en medio del monte), las actuaciones fueron un éxito. Se conectó con el público, lo disfrutamos como enanos y al yayo se le dibujó esa sonrisa debajo del bigote tan característica que todos conocemos.
Y la verdad, aunque ahora estoy derrotada, con dolor de espalda y habiendo dormido un par de horas sólo puedo pensar en el martes que viene y en volver a uno de los teatros más bonitos que he pisado, y sin duda, en el que tuvo lugar la actuación más emotiva de toda mi vida: Segóbriga.
¡Un, dos, tres, Sardiña!